Queridas hermanas y hermanos en Cristo,

El 31 de mayo celebramos la fiesta de la Visitación: María, embarazada de Jesús, visita a Isabel, embarazada de Juan Bautista.

Leyendo atentamente el relato de San Lucas, podemos ver cómo María es presentada como un símbolo viviente del Arca de la Alianza. No voy a entrar en detalles. (La Biblia de Estudio Católico de Ignacio tiene un hermoso y breve tratamiento del asunto). Baste decir que el Arca de la Alianza, para el pueblo judío, trajo la presencia de Dios en medio del pueblo de una manera especial; San Lucas muestra cómo María vive esa misma realidad, llevando la presencia de Dios en medio de su pueblo, de una manera nueva y más profunda en la Visitación.

Estamos llamados a extender ese mismo principio: a vivir, en nuestras propias vidas, lo que María hizo en la Visitación. María llevó a Jesús a Isabel, e Isabel se regocijó en esta visitación; nosotros también estamos llamados a llevar a Jesús a las personas, para que se regocijen al conocer su presencia. Una forma sencilla de hacerlo es llevar la Sagrada Comunión a los confinados en casa o a los que están en un hogar de ancianos. Entonces, de una manera muy obvia, nos convertimos en símbolos vivos de lo que María hizo en la Visitación: ¡Llevamos a Jesús a la gente! Pero también hay formas más sutiles de hacerlo.

En la misma línea, el 2 de junio celebraremos la fiesta del Corpus Christi, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Es una fiesta especialmente importante este año, ya que participamos en el Avivamiento Eucarístico Nacional. Uno de los actos tradicionales asociados al Corpus Christi es la procesión eucarística por los barrios.

Aquí, una vez más, estamos llamados a vivir ese principio a nuestra manera. En una procesión eucarística, traemos a Cristo de una manera muy visible al mundo. Todos estamos llamados a hacer eso, de alguna manera, a través de nuestras vidas: nuestras palabras y acciones deben hacer que Cristo sea visible para nuestro prójimo. La forma en que lo hacemos, en nuestras propias vidas, no implica una gran procesión, pero tiene que ser igual de real.

Dos veces esta semana, escuchamos a Jesús preguntar: “¿Qué quieres que haga por ti?” Se lo dice a Santiago y a Juan, quienes continúan pidiendo algo que Jesús no puede conceder: sentarse a su derecha e izquierda en su gloria. Se lo dice a Bartimeo, que le pide algo que Jesús puede conceder, y de hecho concede: la capacidad de ver.

Jesús también nos hace esa pregunta a cada uno de nosotros. De hecho, esa es una de las razones por las que Marcos coloca estos episodios uno tras otro en su Evangelio: para plantearnos la pregunta.

¿Cómo respondes a la pregunta de Jesús: “¿Qué quieres que haga por ti?”

Una buena respuesta sería: “Señor, haz de mi vida un símbolo vivo de la Visitación y de la procesión del Corpus Christi, permíteme llevar tu presencia a los demás”.